(La foto que encabeza este artículo es el después de la consulta de dos horas con mi psicóloga, en la que lloré como si me deshaciera por dentro)
El pasado 10 de octubre se conmemoró el Día Mundial de la Salud Mental. La Salud Mental, uno de los grandes temas tabú entre familias y grupos de amigos (y en la sociedad en general), aún necesita un día para que se reconozca su importancia, que se le preste algo de atención mediática, como le sucede a la mujer, a las escritoras, al cáncer de mama, la lucha contra la violencia machista y a muchas enfermedades raras. La Salud Mental entra a formar parte de esa amalgama despersonalizada que solo se nombra atendiendo a parámetros de lo políticamente correcto.
Cristina Fallarás, en su último libro Ahora contamos nosotras (Anagrama, 2019), llama la atención sobre “esos grandes conceptos institucionales que no solo no dan nombre a un conjunto de vivencias o relatos existentes, sino que los suplantan. Están vacíos, cáscaras huecas, y sirven para tapar aquello que no se permite narrar”. Ella pone como ejemplo: Prima de riesgo, Transición, memoria Histórica y Violencia de Género. Yo añado a su lista de términos-cáscara la llamada “Salud Mental”.
Porque… ¿qué es lo que comprende? ¿Lo sabemos? ¿La sociedad civil sabe responder a esta pregunta? Me temo que algunas citarían “depresión” y “ansiedad”, eso siendo optimistas, porque también pueden apelar a la locura y ahí ya… Tenemos la batalla perdida desde el comienzo. Al final, todo esto va de no estar bien.
En un contexto en el que quieren imponernos sí o sí la alegría y el positivismo a base de mensajes propios de Mr. Wonderful (vaya tiranía), es necesario hacer activismo (beligerante) y reivindicar que no pasa nada por no sentirse bien. Es totalmente lícito. Pero la vergüenza y el silencio en el que nos han educado tienden a hacer que lo ocultemos y… BASTA. Yo hoy desde aquí, al igual que lo hago muchos días en redes sociales, reivindico que NO ESTOY BIEN. Es que tengo derecho a no estar bien, a sentirme mal por dentro conmigo misma o con la vida, y es normal y no pasa nada. Y tú, lectora, tienes el mismo derecho.
Amaral cantaba aquello de “si tienes miedo, si estás sufriendo… Tienes que gritar, salir corriendo”. Lo de gritar está bien. Es catártico y necesario. No pasa nada por enfurecerse por estar mal y gritar y tirar los cojines del sofá aquí y allá. No pasa absolutamente nada. Lo de salir corriendo ya… No es buena idea (a menos que corras hacia el despacho de tu terapeuta), no se consigue nada con ello, aunque pueda parecer liberador en un primer momento. Lo primero es reunir la valentía suficiente como para admitir que una no está bien. Es absolutamente necesario decirlo en voz alta para que tome entereza. Esto es lo más difícil de todo, pero hay que tener confianza (o fe). Es el primer paso que lleva a un camino y, para transitarlo, se debe pedir ayuda. Hola, soy Ana. No estoy bien desde diciembre de 2017 (puede que desde mucho antes y lo reconociera entonces). Hubo un momento crítico en el que me di cuenta de que yo sola no podía revertir ese proceso autodestructivo en el que estaba sumida, no sabía que hacer. Y pedí ayuda. Y estoy orgullosa de haberlo hecho.
Es entonces cuando aparece la Salud Mental. Ella es la que viene al rescate. Los profesionales que trabajan detrás de esta etiqueta, psiquiatras, psicólogos y asistentes sociales, están más que capacitados para tendernos la mano y acompañarnos a lo largo de ese camino de baldosas amarillas. No es fácil, para nada. Hay altibajos y momentos verdaderamente horribles, pero también otros que no están tan mal y algunos, incluso, en los que se puede sonreír. Y puede que esta tarea no termine nunca.
Así, la “Salud Mental” la componen todos esos profesionales que nos ayudan y las valientes que se atreven a aceptar y decir que no se encuentra bien. Y en los llamados “Centros de Salud Mental” se reúnen ambos (curiosamente el mío está situado en la Calle Cabeza, en Madrid). Cuentan con una sala de espera como en cualquier otro tipo de institución sanitaria y al sentarse allí una inmediatamente comienza a sentirse menos sola. Es frecuente que nos miremos unas a otras. Somos conscientes de que cada una de nosotras encierra miles de historias difíciles de pronunciar y que en muchas ocasiones conllevan derramar alguna que otra lágrima. Y luego está la terapia de grupo para que nos escuchemos unas a otras. Es increíble lo mucho que podemos ayudarnos mutuamente valiéndonos solo de la palabra. A fin de cuentas, es lo único que tenemos: la palabra nos libera y nos salva (a mí me salva también el feminismo).
No, la Salud Mental no es ningún drama ni ninguna movida, es un aspecto más de nosotras mismas que debemos cuidar (ay, qué importante es el autocuidado y ser capaz de mirarte en el espejo cuando te levantas cada mañana y reconocerte). Por eso cada vez más hay más artistas que han hecho de la sensibilización social sobre la importancia de la Salud Mental su causa, su lucha. Ricardo Cavolo es el más destacado, por su calidad, valía y valentía. Su último libro publicado, JAMFRY. Autobiografía (Lunwerg Editores, 2019), se centra justo en eso: “Con JAMFRY me he enfrentado a problemas de autoestima, a trastornos alimentarios, a ser hipersensible, a la soledad durante la infancia, a mentir compulsivamente, a vivir en mil hogares diferentes, a monstruos destructores que casi me dejan sin vida, al agotamiento de toda mi energía, a una depresión y a mil demonios alados que salen de una puerta que se encuentra en mi cabeza. Pero con JAMFRY también he hecho realidad el sueño de convertirme en artista (…)”. Y se ha convertido en un artista gráfico asombroso, uno de los más tremendos a nivel mundial, todo ello tras perder el miedo a confesar que está mal. Ha hecho que de este sentimiento brote su arte. Sin duda, para mí es ejemplo e inspiración, independientemente de que lo admiro muchísimo por su trabajo.
En la actualidad, Cavolo (podéis seguirlo en instagram: @ricardocavolo o entrar en su web) está trabajando sobre grandes formatos, murales, edificios… Justo su última intervención se está desarrollando estos días en Ciudad Real, en Campo de Criptana, y forma parte del proyecto “Titanes” de la Asociación Laborvalía. Lo ha titulado LA LUCHA y se centra en una niña llena de fantasmas que de una forma u otra no la dejan ser ella misma. Frente a ellos, pese a que la rodean por todas partes, ella levanta una espada. Siento que de alguna forma yo también soy esa chica y que hago todo lo que puedo por mantener erguida mi espada. ¿Y tú?
Recomiendo la lectura de “Expuesta” (Alpha Decay, 2019)
Artículo originalmente publicado el 12.10.19 en el Semanario La Comarca