# El álbum #
Siempre me recuerdo cogida de su mano. Probablemente (vaya, seguro) fuera a la feria con mis padres, mis primos, mis tíos… Pero yo pienso en la Rebequita, la mano de la abuela y el chocolate con churros antes de marcharnos. Quizás porque mi estado natural era (y aún sería) ese: estar de su mano y ay niña, ay madre y labios pintados, zarcillos y pulseras doradas.
Hace muchos años que dejé de ir a la feria por las clases primero y luego el ruido de trenes y la distancia, pero si ella volviera, me cogería de su brazo (ay, niña, cógete del bracete) y pasearíamos por la feria mientras estrenamos algún vestido o una falda y ella deslumbra a todos con su piel de actriz de cine clásico. Su pelo recién pintado para la ocasión. Probablemente se habría empeñado en que yo me arreglara más y puede que le hubiera dado el gusto…
Deambularíamos aquí y allá, mientras el abuelo recuerda historias de hace tanto, cuando aún no el recinto ferial, cuando comía algarrobas, el hambre, el miedo a estar solo en el campo tanto tiempo siendo apenas un crío… Todas esas historias que sé que también un día echaré de menos. Pero ahora sólo quiero estar cogida del brazo de la abuela como probablemente mi hija quiera también estarlo de los brazos de mamá.
Es la cadena trófica. Los volantes, dedales y mimosas que siguen siendo volantes, dedales y mimosas en otras manos, en fotos de tonalidad distinta en unas calles que cambian pero no tanto, en un recinto ferial por el que no dejan de pasar nietas y abuelas cosidas de las manos.
¿Dónde estaré yo cuando mi niña pasee por la feria con mamá como yo lo hice un día con la abuela? ¿Probará mamá acaso a ponerle alguno de los vestidos que la abuela hizo para mí? ¿Seguirán de moda las diademas por entonces? ¿Querrá separarse de su chupete para salir en las fotos?
Creo que les dejaré su espacio y las miraré de lejos. Sé que será lo más cerca que podré estar de la abuela y de las fotos que descansan en el álbum. Dejaré que mamá la lleve de aquí para allá y la muestre a vecinos, tíos, conocidos lejanos. Que presuma de niña. Que el universo empiece y acabe en las manos y brazos de una y otra. Que paseen juntas y se detengan en todos los puestecillos y luego la niña quiera un globo de helio de esos que siempre terminan escapándose es aún más importante a que yo la lleve a saltar a los colchones hinchables o a subirse a los cochecitos de tope. Sí, definitivamente. El recinto ferial debe ver a mamá y mi niña cogidas de la mano. Yo las observaré y les haré fotos sin que se den cuenta. Sé que la abuela también las estará observando desde algún lugar de la salita de alguna parte y sonreirá tanto como yo. Entonces podré colocar las fotos en el álbum. Y estaremos todas.
#Los volantes #
Hace un par de años mi hermana decidió comprarse un traje de gitana después de haber tomado prestado el de sus amigas en unas cuantas ocasiones. El suyo es un vestido negro precioso, muy estilizado, de esos de los nuevos tiempos. Un vestido elegante, con clase. No tiene nada que ver con los nuestros: volantes y lunares por doquier, pendientes redondos, la peineta en un moño perfectamente recogido y el lunar. No podía faltar el lunar. Mamá siempre cuenta que le encantaba que la abuela se lo pusiera y luego no quería quitárselo.
Las muchachas de ahora, como mi hermana, simplemente se ponen guapas con su carísima composición floral en la cabeza y su moño despeinado, un pelín suelto, como se lleva ahora. Pero a mí me vistieron como siempre, con toda la parafernalia y el ritual que se atisba en las fotos, con todas las mujeres de la casa concentradas en torno a la criaturita a la que seguidamente tomarían fotografías en el patio, de las que luego imprimirían copias para fijar el legado familiar en distintos hogares.
No sé por qué pero cuando vestía el traje de gitana y salía al rosal de la calle de la abuela a encontrarme con los niños de los vecinos y luego me llevaban con los mayores a la feria y seguían haciéndome fotos, siempre quería ponerme las gafas de sol de mamá o la madrina. O acaso no pero yo lo recuerdo así e identifico las gafas con el lunar en las fotos mientras de fondo escucho un tumulto general que me pide que pose “como la Martirio”. Ay, la Martirio. Eso o posaba con los ponys [Anotación mental para el futuro: cero ponys para Marta #liberadalosponys #noalmaltratoanimal].
Yo ya no tengo traje de gitana. Solo tuve aquel de color azul verdoso con los lunares en tonos salmón. No sé dónde está. Puede que hasta siga en los armarios de casa de la abuela. Creo que nadie se lo ha puesto desde entonces como tampoco nadie ha vuelto a posar en el patio de la abuela junto al limonero y los arriates. Al fin y al cabo, es un vestido de los de antaño. Y ya nadie se pinta lunares.
Sin embargo, desde hace unos años habita en mi armario un vestido de lunares que –ahora que caigo- es del mismo tono verdoso de aquel traje de gitana. No lo pensé al comprarlo. Simplemente me gustan los lunares y los estampados. Pero tiene que haber un sentido. Estoy convencida y no sólo porque vestida de lunares me sienta mejor y más guapa. Hay algo más. Con él sonrío muy fuerte en las fotos. Con él muerdo la raíz, la devoro y así todo sigue en orden.
#El poema#
ELLAS
Marta se busca en Ana, Magdalena, Anastasia,
Juana, Isabel, Cristina y las demás.
Todas Ellas, mujeres rojo ámbar de ojos oscuros.
Y se encuentra
junto a todas las mujeres de cabellos singulares
que albergan tierra entre los dedos,
sostenidas por brazos de abuela, labios de madre, uñas de hermana;
nombres repetidos en fotos antiguas,
que la devuelven a casa y a los ritos.
Y se descubre: bella, incandescente, sensitiva,
ignífuga.
Sí, el dolor
es el mismo
cuando el cuerpo se marchita.