2016 lo mandé a la mierda. No hubo miramientos, no había espacio para ellos. Lo hice una bola de papel y fue directamente a la basura, porque Carrie Fisher había muerto y con ella la esperanza de una Leia siempre al frente de la galaxia, Trump había sido elegido presidente y la corrupción parecía pasar impunemente por nuestros televisores. Además, hubo demasiados tratamientos médicos, demasiado dolor, separaciones, traumas, golpes… y 2016 debía acabar irremediablemente como una bola de papel en la basura y desaparecer de mi vista cuanto antes. Pero si alguien me pregunta acerca de 2017, ahora que toca volver la vista atrás, hacer listas, apuntar lo mejor y lo peor, colgar grandes notas exhibicionistas en Facebook que ponen en tela de juicio nuestro concepto de privacidad y hacer brindis a deshoras con altas dosis de emotividad (¡hasta en las cenas de empresa!)… Si me preguntan acerca de 2017 diré que ha sido el año del futuro, no a lo “The future”, la película de Miranda July, o “No future” de los Sex Pistols, sino más bien un futuro a lo “Todo va a cambiar” de Niños Mutantes.
En 2017 hemos tenido que acuñar una nueva forma de terror y masacre: el “terrorismo low cost” -porque Londres, Manchester y Barcelona, ¡y Barcelona!-. La bandera española ha salido a la calle y a los balcones como solo lo había hecho ante las victorias deportivas y Trump aquí, Trump allá, Trump en los telediarios, Trump en los periódicos, Trump en Twitter, en los vídeos virales de internet… 2017 y Trump en todas partes (y Siria y los refugiados en el olvido), pero también la Marcha de las Mujeres contra él batiendo récords de participación.
Y es que ha sido el año del #MeeToo, de la ruptura del silencio ante el acoso sexual imperante en Hollywood, y ha sido tan relevante que se ha ganado ser el protagonista del año en la tradicional portada de la revista TIME.
En 2017 nos han querido robar el término manada para asociarlo a una cuadrilla atroz de hombres y hemos estado a punto de obligar a una víctima a ver su propia violación, mientras cuestionábamos y criminalizábamos una vez más su comportamiento por ser mujer y acudir a unas fiestas. También es el año en que pusimos nombre a una mujer que ha luchado (y sigue haciéndolo) por sus hijos a pecho descubierto, Juana Rivas, como tantas otras hacen cada día sin que su nombre salga en los periódicos, y a una doble campeona del mundo de ajedrez, Anna Muzychuk, que se ha negado a competir en Arabia Saudí por el trato que este país da a las mujeres. Por su parte, la RAE tan sólo ha matizado el insulto de sexo débil refiriéndose a la mujer y ha incorporado uno más dirigido movimiento feminista: feminazi, dos reconocimientos oficiales indispensables sin los que nuestra lengua no podía pasar un día más.
Cuando volvamos la vista atrás, diremos que en 2017 comenzamos a ponerle nombre a las tormentas para tomárnoslas más en serio y protegernos más -Ana fue la primera en llegar, después la siguió Bruno- y que estrenaron el “Episodio VIII” de Star Wars, la última película de la saga con Carrie Fisher al frente, al tiempo que los cines españoles decidieron privarnos de la verdadera película del año: “Mujeres del siglo XX”, de Mike Mills (buscadla a lo parche en el ojo, bien merece la pena). Pero sobre todo ha sido el año del procés, la DUI, la fractura total de la sociedad catalana y las brutales cargas policiales contra la sociedad civil. En definitiva, un año convulso en el que hemos puesto nombre a muchas cosas -que nombrar es el primer requisito para que existan- y hemos roto muchos silencios, al tiempo que todo ha seguido como siempre (el Gobierno, el paro, la corrupción, las desigualdades sociales…). Nos hemos visto siendo testigos de nuestro propio futuro: se ha elevado el número de víctimas mortales en accidentes de tráfico (más de 1.100 muertos en 2017), más de 50 mujeres han sido asesinadas en manos de sus parejas y las elecciones catalanas nos han conducido a un escenario casi irresoluble, legitimado por una tremenda participación del 81%.
¿Y ahora qué si el futuro ya está aquí, si es todo eso que hemos nombrado: el terrorismo low cost, Trump, la fractura de España y de la sociedad catalana, la violencia machista, la denuncia de los abusos de poder y el acoso sexual y el reclamo de la no impunidad para ellos…? ¿Dónde queda el futuro si 2017 ya nos ha demostrado -por si quedaba alguna duda- lo que cabe esperar? ¿Cómo llenar esa lista de propósitos y deseos en la cuenta atrás a la que cantaba Mecano en “Un año más”?
Yo no tengo ningún propósito ni deseo de año nuevo. No dejaré de fumar ni comenzaré a hacer más ejercicio. Ya me cuido como debo y me nutro más de lo necesario de arte, series, cine, libros, conciertos… Bebo más de 2 litros de agua al día y doy a mi gata todo el amor que hay dentro de mí (y que ella merece). De hecho, en 2017 hasta he publicado un libro (“El cuadro del dolor”, Renacimiento, 2017, anotádlo, que puede ser una opción en la carta a los Reyes Magos) y me he estrellado contra un árbol montada en quad. No tengo nada más que añadir para 2018. Si acaso, que siga siendo color rosa flúor. Pero el futuro es esto: todo lo que nos ha pasado este año, lo que hemos brillado y lo bajo que caímos y seguir, seguir, seguir.
Así, en 2018 continuaré madrugando como cada mañana. Cruzaré las puertas del metro e iré a trabajar con uñas y dientes luchando por lo de siempre: la igualdad, que el dolor se vea, dejarle a mi hija un mundo mejor. Y se sucederán en los medios de comunicación las mismas noticias de 2017 pero con otra fecha. Y seguiremos. Es todo cuanto importa: seguir. El futuro es tan solo seguir.
Publicado en La Comarca el 30.12.17