Con motivo del #diamundialdeldolor, me he decidido a compartir esta porción de intimidad y silencio: las primeras páginas de un “Cuaderno del dolor” que me propuse escribir en julio de 2015, apenas un año después del comienzo del dolor, en un cuaderno precioso de color rosa que me regaló mamá unos meses antes.
Por entonces la vida era muy diferente a como es ahora. Yo era otra Ana y la casa era otra casa. Lo único que permanece de entonces es Toffee y mi amor por ella, porque también tuve que dejar morir a la Ana que era para empoderarme en el dolor y reconquistarme. Ello no habría sido posible sin la lectura del libro “Las crónicas del dolor”, de Melanie Thernstrom.
“Desde que sé que es un dolor que no se acaba nunca al estilo de aquello que mi madrina me decía de niña (¿quieres que te cuente un cuento recuento que no se acaba nunca?), habito dos mundos: mi mundo antiguo y el mundo-del-dolor que es una cosa que la gente que no tiene dolor no sabe que existe. En el mundo-del-dolor soy otra. Soy una chica sigilosa, lenta, que camina encorbada a veces incluso. Soy una chica que no puede subir las escaleras mecánicas a pie. Soy una chica que no puede subir las escaleras mecánicas a pie pero que sabe que la otra sí puede (que en el mundo antiguo sí podía).”
Fragmento