“Ahora que de casi todo hacen 20 años” (Jaime Gil de Biedma), regresar a Cosmopoética tenía un regusto a nostalgia feliz, a celebración de la vida y a todos los “y si” que se quedaron por el camino de las últimas dos décadas en las que evolucionamos y se sucedieron varias vidas, con sus correspondientes versiones de una misma.
He tenido la suerte de crecer con Cosmopoética en todos los sentidos. La Ana que empezaba a escribir sus primeros poemas y quería descubrirlo todo se quedaba atrapada entre callejas de camino a los primeros actos entre procesiones. Disfruté mucho de todas y cada una de sus primaveras, todo lo que me descubrieron (¡Iman Mersal, por favor!) y los regalos que me hicieron, como abrazar a Piedad Bonnett (suma maestra, junto a Juana Castro, para mí). Lo viví desde fuera, como invitada (¡mi primer recital fue en Noctámbulos un 26 de marzo de 2009, cuando aún no había publicado ningún libro!), años más tarde con una sonda entre mis piernas con El cuadro del dolor… Y desde dentro de la organización durante 3 años, en prensa, y tanto en primavera como en otoño, con su complicado tránsito entre ambas que conforma una intrahistoria con lenguaje propio.
Por el camino, me convertí en la “pálida señorita del paraguas”, el pseudónimo con el que siempre firmaba mis crónicas –un verso de Pere Gimferrer: “por dos veces he creído verla su vestido / (estampado el bolso el pelo corto y / aquella forma de andar muy en el / borde de la acera)–”; gente desconocida llegaba y me preguntaba en los actos si era ella (la palidez siempre me ha acompañado). Y sí, esa era yo, móvil y libreta en mano, corriendo de un acto a otro a una velocidad que siempre será la seña de identidad de mis 20 años, antes de la vida y el dolor. Después, he podido seguir con entusiasmo las ediciones que vinieron, a un lado y al otro del escenario, y aún aplaudo muchas de sus innovaciones.
Volver a Córdoba en cualquier otra fecha es raro, pero regresar en Cosmopoética es hacerlo no sé si a “Todo lo que quisimos”, el lema del festival esta edición, pero sin duda a “Todo lo que somos”. A eso se resumen estos 20 años del hombre del paraguas, a una compleja amalgama de la evolución del panorama artístico cordobés y su gente. Quién le iba a decir a la Ana que tenía 13 años cuando arrancó Cosmo que, 20 años después, volvería con el XXX Premio Ricardo Molina en su libro “La cierva implacable”, que vería su rostro colgado de una farola, que versos suyos poblarían las servilletas de los bares y que… Tras tanta historia, tanto dolor, tantas cicatrices, podría recitar bajo la grieta de Orive todas sus heridas en un recital que ya anuncié como “implacable” y que terminó por dejar enmudecido al público.
Gracias, hombre del paraguas.
Rueda de prensa con los medios locales:
Ana Castro vuela por encima del dolor con la poesía de “La cierva implacable” (ABC)
Ana Castro: “La poesía es mi único espacio seguro y de libertad” (Cordopolis)