Ayer no era el día después de, pero fue más difícil: no comí, no había dormido, no cogí el teléfono, me sobremediqué… Y lloré con los mensajes que me mandó mi familia elegida. Por eso esto no será una reseña sino una especie de confesión, de cuánto me costó abrir la puerta de casa tras ser incapaz de articular una palabra en voz alta en todo el día para ir a invocar a Kate (Millet) y exponerle mi entraña para que ella me mostrara la suya y quizás así pudiéramos reír juntas como forma de resistencia.
Ambas tenemos eso en común: somos mujeres heridas, dañadas, psiquiatrizadas, contradictorias, con una historia complicada con las mujeres de nuestra familia de sangre y no tenemos vergüenza ninguna a exponernos como tal (no quiero ser presuntuosa: Kate es una DIOSA y una de las más grandes escritoras y maestras de toda la historia de la humanidad y yo solo la leo y escribo y soy yo y las circunstancias que me rodean). Así que ayer llegué cuando el acto en Nakama Lib (la librería que elegí para presentar mi libro en abril de 2017 y donde el que ahora es mi marido dice que se enamoró de mí, justo en ese momento) estaba justo a punto de empezar y me apresuré a sentarme en el suelo delante de mi amiga Silvia, para que si rompía a llorar no se montara ningún drama.
Amo a Kate por Silvia López y su La política sexual en Kate Millet (Dos Bigotes, 2019) y por las largas conversaciones que hemos mantenido sobre ella (y con ella en espíritu a veces) y por todo lo que Silvia me ha descubierto sobre ella. Luego he leído y leído y buscado información y ahora me dispongo a hacerle un templito en mi casa como el que tiene la maravillosa escritora y compañera Gloria Fortún en la suya.
Admiro a todas las mujeres que rodeaban ayer los libros de Kate (Silvia y Gloria, Matilde Pérez, la traductora, y Sandra Cendal, la pedazo de editora de Continta me tienes) y me senté a sus pies y no paré de anotar en mi cuaderno. Quería registrarlo todo para dejar testimonio -como haría Kate- de sus voces, porque aquello no era solo la presentación de A.D. a memoir (Continta me tienes, 2019), el penúltimo libro que escribió Kate antes de morir (Mother Millet fue el último), sino que implorábamos qué huérfanas habríamos estado si Kate no hubiera existido, con toda su risa, su libertad, su escritura peligrosa y magistral y su identificación del concepto de vivir con amar. Era mucho más que una feminista procedente del mundo de la Academia (si queréis saber cómo llegó a entrar en contacto con El segundo sexo de Simone de Beauvoir y a poder estudiar en Oxford, comprad y leed A.D.), ella, desde su escritura confesional y su amor al hedonismo, sitúa en el centro los temas que están en los márgenes.
Nos habla desde una posición de poder (porque no deja de ser la Kate autora de Política Sexual) pero con toda su vulnerabilidad, con todo ese desgarrador sentimiento de culpa que alberga por no haber perdonado ciertas cosas y el dolor inmenso que desata en ella la pérdida de su tía y, con ello, la de su infancia, que es lo que nos relata en estas memorias compuestas a base de un libre fluir de conciencia -que ha supuesto todo un reto para la traductora pero del que ha salido más que victoriosa- pero muy consciente, porque es una genia.
Kate va evolucionando en el libro en lo relativo al dolor y a la culpa y teje una especie de escritura circular. Deja a un lado lo que se entiende por las reglas de la “buena escritura” para hacerlo desde las entrañas. En este sentido y dejando ver todas sus contradicciones, Kate homenajea a las mujeres de su familia que tanto la han hecho sufrir con la única intención de mostrarlo todo. Ella tira de la herida y la muestra sin ningún tipo de vergüenza. Eso es ella. Todo eso le ha pasado. Y mete bien hondo las manos en el barro y, manchada y desgarrada, nos habla de su abismo.
Kate solía decir que hay muchas Millet en ella. En este libro quedan reunidas todas, aunque eso haya llevado a la traductora a una casi excesiva convivencia con Kate: desayunar con Millet, comer con Millet, acostarse con Millet… Todo un choque que Matilde, con toda la intensidad del proceso, reconoce que ha disfrutado. Porque Kate usa la escritura como herramienta para no olvidar y para explorar la experiencia de ser mujer (lesbiana, víctima, feminista, humillada, psiquiatrizada…), consciente de que puede que la escritura sea el único espacio para la libertad, una convicción que también comparte Gloria Fortún.
Este libro es una experiencia encarnada que nos muestra -gracias, Continta, por recuperarlo- cómo ella vive el mundo y cómo esta vivencia está atravesada por su identidad y su inmensa generosidad y preocupación por lo colectivo. Con una profunda conciencia de clase, muy de izquierdas, y pese a todas las violencias que recibe, ella sigue escribiendo, sonriendo y reivindicando el poder de la risa.
Por eso mismo, porque a veces me bloqueo y pierdo la capacidad de sonreír y reír e incluso pierdo la voz (¿quiénes somos sino voz?), tenía como fuese que ser capaz de atravesar la puerta de mi casa, coger el metro y plantarme allí, con lágrimas, sin decoros, sin vergüenza, sin esconder lo mal que me encuentro. Porque la fuerza se la debo a Kate y a todas las mujeres que me quieren y me sostienen. Gracias a todas por abrazarme sin hacer preguntas; gracias, Miren, por todo tu cariño. Gracias, Kate, por permitir unir mi entraña a la tuya para así escribir y, uno de estos días, ser capaz de recobrar la voz.