Semana 1 superada, de una manera u otra, tras las palabras tan tremendas que pronunció ayer el Presidente de Gobierno:
“En nuestro país, solo los muy mayores que han vivido la Guerra Civil aguardan en su memoria algo tan duro como la situación actual. Cuando todo esti pase, y va a pasar pronto, sabremos su fuimos valientes. Hay muchos frentes en la batalla contra el virus. Tenemos que centrarnos en las soluciones.”
[El país recuerda hoy la epidemia de 1918, también algo muy alentador. Gracias.]
Luego dice que sí, que somos valientes y que, efectivamente, lo peor está por venir: aún no hemos llegado a la cresta de la ola, están habilitando camas a modo de “hospitales improvisados” en hoteles y Pabellones de IFEMA. ¿Qué nos espera? ¿Quién sabe? ¿Volverá a ser igual la vida después? No lo creo. Al menos, no sé si seremos capaces.
Se podría pensar que para mí, enferma crónica y de salud mental que pasa la mayor parte de horas del día confinada en su casa, no es tan duro este encierro, el enclaustramiento (una madre superiora se ha atrevido a dar sus propios consejos para vivir este tipo de vida que ella SÍ ha elegido), pero NO. Para las enfermas, esta situación es impuesta por su cuerpo y su cabeza. Son personas presas de esos dos elementos. Y, ahora, además, están confinadas a ello, desprovistas de todo tipo de soporte médico (se nos han cancelado las citas médidas, pruebas y tratamientos, por mucho que fueran necesarios y los centros de salud mental públicos han cerrado sus puertas y solo atienden casos urgentes que la ciudadana común no alcanza a entender si no ha pasado una o varias tardes en una planta de ingreso psiquiátrico -aunque solo sea como acompañante-) y POR REAL DECRETO.
Mi amigo Joaquín Pérez Azaústre, un gran periodista y escritor y una de las personas de mayor fortaleza -en todos los sentidos- que conozco, ha escrito hoy justamente sobre lo que supone el encierro para el escritor: su día a día (¿elegido? No sé). Tras leerlo, me ha resultado inevitable no escribir este artículo. Apoyo sus palabras aunque dudo si una elige ser escritora o simplemente se da cuenta de lo que es y asume lo que viene con ello.
Desde luego, NADIE elige ser enferma crónica. Eso se sufre y se padrece un día y al siguiente y así y el confinamiento en casa se vuelve algo cotidiano que resulta mucho más difícil de aceptar cuando se sufre un ingreso en la Planta de Psiquiatría o, además de toda la mochila que una lleva consigo, llena de rocas, llega un Real Decreto y te ves desprovista de las pocas cosas que te conectan con la vida real, aunque solo sea ir a tu médico (ya tengas que coger un taxi o viajes en transporte público) o pasear o ir a una librería. Ahora eso no existe. Solo enclaustramiento impuesto por tres autoridades ante las que no podemos hacer nada: CUERPO, MENTE y GOBIERNO. Tremendo, ¿eh? No es poca cosa.
Para mí, al igual que para muchas de mis compañeras en mi situación, se está haciendo difícil este encierro, muy cuesta arriba, por mucho que estemos en casa y se suponga que “casa” es “refugio” y estemos acompañados de nuestras familiares (mascotas incluidas). A mí este encierro solo me retrotrae a mi estancia en la Planta 7 de la Fundación Jiménez Díaz (Psiquiatría) y me ha desprovisto del único momento liberador que tenía a la semana: mis sesiones de terapia de grupo. Y de caminar.
Y vuelvo a leer las sabias palabras de mi amigo Joaquín mientras me dispongo a elaborar un reportaje sobre cómo nos ha afectado la crisis del Covid-19 a nosotras, a mi colectivo, al que necesito darle voz para hacer que la sociedad repare en él porque también contamos y para nosotras es aún mucho más duro mientras recibo la noticia de que la compañera de trabajo de una de mis mejores amigas, de unos 40 y sin afecciones propias, acaba de fallecer:
“El encierro es un pulso con tu verdad interior. No queda otra: todas las paredes son de espejo, te miras y te encuentras con la lenta pulsión que late dentro. El encierro es la última verdad, y también la primera: un cerco interior, un sol de plomo. Un autorretrato que no acepta el Photoshop. Eso es el encierro.”
Yo ya no sé ni qué es ni cómo narrar este encierro. Ayer fui capaz de dar un recital y estuve alegre y me divertí. Hoy estoy en el fondo del fondo del fondo. Como yo, también un amigo muy cercano que iba a intentar alegrar a los vecinos con un concierto hoy desde el balcón no sabe si se ve capaz. Mi cuñada, una Súpermujer, pincha cada noche música para el conjunto de bloques en el que vive y es aclamada y aplaudida. Yo le deseo buenas noches religiosamente a la vecina de enfrente cada día tras el aplauso. Toffee mira por la ventana. Yo no llego ni a eso. Cada una de las veces que he tenido que bajar a la farmacia la sensación de miedo e histeria que se palpa en el ambiente es mayor… Tengo que escribir el reportaje.
Supongo que “Mañana será otro día”, a lo Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó. O no. Para muchas no.