He pensado que tenía que escribirlo, dejar testimonio, como decía Kate Millet, porque mi ansiedad está por la nubes el día después y no paro de dar vueltas por la casa y debería ducharme pero no sé cómo: cómo hacer con este cuerpo que no siento mío y que ayer fue agredido por tanta violencia médica que ni siquiera pude ver con mis propios ojos. No sé qué hacer ni cómo sobrellevar el día después de probablemente uno de los sucesos más brutales que he vivido en toda mi vida. Quizás dejar constancia de ello ayude a otras que callan testimonios como éste porque no encuentran las palabras o… Por miedo a la vergüenza, al estigma, al rechazo social… A mí todo eso hace tiempo que no me importa. Puede que por eso la psiquiatra de Urgencias apelara en el informe a “la bella indiferencia con la que la paciente narra lo que le pasa”. La bella indiferencia, qué buen título para un poema de venganza o una película de Sorrentino.
Desde esta bella indiferencia, que no es sino la aceptación y la asunción de la cotidianidad a la que me ha sometido el dolor crónico con el que convivo desde 2014, a las secuelas mentales que ha dejado desde 2017, a las innumerables retenciones de orina que hicieron que ayer, pese a carecer del sentido de la vista, tuviera que sondarme sola en el box dos veces sin que las enfermeras lo anotaran en ningún informe (total, ya es algo con lo que convive la paciente…), al trastorno psiquiátrico que tengo diagnosticado desde mayo de 2019 y que no ha parado de empeorar… Desde la bella indiferencia a la que conduce todo eso diré el día después que ayer mi cuerpo, desprovisto del sentido de la vista, con incapacidad para comunicarme, entumecimiento general del cuerpo, convulsiones y taquicardias, desde todo eso que tuvo una duración de 3h y media, me sentí brutalmente agredida médicamente.
Nadie me explicó por qué me agarraban por el cuerpo de semejante manera, por qué me desvistieron como si fueran a violarme, por qué me pincharon repetidamente sustancias que no sabía que era y por las que no podía preguntar porque no podía hablar… Por qué me pensaban inconsciente cuando emitía sonidos para que, por favor, me dejaran un papel y un boli para intentar comunicarme, que es lo que tuve que hacer con mi pareja después, una vez pasado todo el shock de la sala de reanimación, cuando nos confinaron al box número 9.
Daba la sensación de que estaban totalmente perdidos en lo relativo a mí y no sabían qué hacer ni cómo tratarme. Cuando conseguí recuperar el habla pasadas las dos horas, hablé con la psiquiatra. Seguía sin poder ver. Allí fue cuando debió de anotar lo de la bella indiferencia. Reconozco que fue amable conmigo, compasiva… pero no comprensiva. No prestó atención al nuevo síntoma que nos asustó y que hizo que decidiéramos ir al hospital: los delirios. Comencé a decir cosas sin sentido después de perder la vista. Y todo comenzó cuando estábamos tranquilamente en casa, en el sofá, viendo un capítulo de una serie, como hacen tantas personas un domingo por la tarde cualquiera.
Hoy me duele todo el cuerpo y tengo moratones aquí y allá por cómo me agarraron. Y estoy increíblemente triste, llena de ira y ansiedad y no sé qué hacer en general conmigo ni con mi cuerpo. ¿Llamar a mi psiquiatra para contarle una vez más uno de mis episodios? Solo serviría para tener que ir de nuevo a al centro del Salud Mental al que acudo dos veces por semana (y creo que ya es suficiente con eso).
Soy consciente de que la única arma con la que cuento para defenderme es MI VOZ. De ahí lo de Las Silenciadas. No me callaré, como tampoco hicieron lo Audre Lorde, Maya Angelou y Kate Millet. Si estuviéramos unas decádas atrás, probablemente sería compañera de Kate en el psiquiátrico. Probablemente nos dieran electroshock y nos miraran como locas por intentar sonreír y reírnos porque… ¿qué más hacer? La única manera de sobrellevar en ocasiones la violencia y el trauma es ironizar con él, reírse, unirse a otras compañeras y sonreír (el próximo libro de Judith Butler, como bien me ha dicho mi amiga Silvia, trata sobre el feminismo de la alegría y reivindica la risa como arma revolucionaria).
Tenemos la voz. Tenemos la risa.
Y tendré a mi abogado y los Tribunales cuando tenga que luchar por mis derechos. Y a todas las que han conformado mi familia elegida. Gracias.