Suena a broma pero es un asunto de lo más serio. Ser la novia de un carnavalero cuando odias el carnaval, no lo entiendes, no te hace gracia y te da un coraje enorme… no es un asunto menor, es un asunto mayor. Porque cuando un nuevo año se empieza con tres meses seguidos de carnaval nada más pasar el día de Reyes, por mucho que una venga entrenada del año anterior, de Onda Cádiz en casa de 20h a 1h am (como poco)… no se puede permanecer indiferente: el corajillo late fuerte dentro y, tarde o temprano, se despertará la furia.
Cuando comenzó nuestro noviazgo y él me confesó su condición de carnavalero pensé que no debía ser para tanto (¡ay, yo tan ilusa e ignorante!), que habría estado en Cádiz y le gustaría el ambientecillo ese de disfrazarse y las cervecitas, los cantes… Una semana santa pagana pero en folclórica y celebratoria de la vida. Bueno, hasta ahí aceptable, que a mi novio su gracia y desparpajo no se lo quite nadie, que a una pesimista declarada como yo le viene hasta bien a nivel práctico.
El problema llegó cuando a mi alrededor comenzó a flotar toda esa terminología (¡si es que hasta tienen sus tecnicismos!) y una atmósfera diaria en torno al sofá de chirigotas, cuartetos, coros y comparsas (sí, lo que aprende una con el tiempo…). Aunque mi mayor descubrimiento fue el vocablo “tipo”. A ver, el tipo es el disfraz de toda la vida, lo que se ponen para salir al escenario, vaya, lo que le ponía yo a mi hermana cuando era chica y jugaba a disfrazarla y a pasearla a toda velocidad en el carricoche de mis muñecas por el pasillo. Pero los carnavaleros dicen tipo así con su boquita pequeña y selecta de carnaval y yo asiento externamente mientras en mi interior grito: ¡el disfraz, el disfraz, el maldito disfraz!
El primer año fue bastante duro. Llegué a plantearme seriamente si podría convivir con eso TODOS los años, TODOS. Hubo días que huí a tomar cervezas con unos amigos para desahogarme y verme respaldada en eso de no comprender a qué tanto fervor por mucho que te sientas andaluz y lleves Cádiz en tu corazón (Ay, qué tendrá la tacita de plata para engatusar a la gente de esa manera). Ellos asentían con la cabeza y me daban la razón: Ana, no sé cómo TÚ (con lo que eres) aguantas eso todos los días. Y es que hay actuación todos los días y era llegar a casa del trabajo y encontrarme el carnaval puesto y así agrupación tras agrupación hasta que Novio se dormía. Sí, llegué a plantearme seriamente la viabilidad de la relación si los primeros meses del año tenían que ser así de por vida.
Además, Novio tiene un blog y todo de larga trayectoria junto a un amigo y hacen crónicas pormenorizadas de todas las sesiones, así que tengo hasta lecturas recomendadas por si no fuera suficiente con las noches de sofá. Y eso no es todo, porque hay un grupo de Whatsapp en el que van comentando sesión por sesión y en el que de vez en cuando se cuela mi indignación en forma de audios, porque sí, es imposible que en Cádiz todo el mundo sea de la Viña.
Mi novio esperaba que de tanto escucharlo terminara por gustarme y… nada más lejos de la realidad. Un día tuve ya que aclararle: No, Novio, por mucho que me lo pongas no me gusta el carnaval. Jamás me va a apetecer ver carnaval. No me gusta. Fin. Y hacia el final del Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavaleras del año pasado (#COAC2018) él ya tuvo que creerme. No le quedaba otra. La expresión de mi cara día tras día no daba lugar a equívocos.
Por eso este año me planteó un avance en la resolución de esta cuestión en casa: lo veríamos un día sí y un día no. Así habría espacio para tomar aliento y ver series y películas e, incluso, ir al cine. Acogí entusiasmada la propuesta bajo una falsa culpa de estar cohartándole sus vicios. Y bien, las preliminares de este año han sido así, pero eso no ha quitado que me ponga vídeos en YouTube de agrupaciones de los días que no he visto por si… Por si me gustaran. Qué ingenuo, Novio, si lo hago exclusivamente por amor. Pero ya han llegado los cuartos, luego vendrán las semifinales y… Ya sí es nuestro pan de cada noche.
Mientras, yo leo o bordo o hablo por Whatsapp. Y presto atención sólo a aquellas agrupaciones que no son coros ni cuartetos (lo siento, pero odio los cuartetos, es lo que más coraje me da de todo, no me hacen gracia, y los de infatiles ya ni te cuento…) y algunas hasta han conseguido sacarme alguna risilla (este año los Daddy Cadi molan y Los jarabe de palo son súper fuertes). Conozco ya a algunos de los principales autores (Don Antonio, Juan Carlos Aragón, Antonio Martín, Manolito Santander…) y después de la cortinilla del año pasado jamás olvidaré esos “Cien años de Paco Alba”.
Y he de confesar que lo llevo mejor, que este año ya sabía a lo que venía y está siendo menos traumático. En mi familia la afición de Novio hace mucha gracia, porque para nosotros el carnaval ha sido hasta ahora insignificante y ajeno, pero ahora todos me preguntan con sorna que qué tal este año el carnaval y mi madrina hasta sentencia que terminaré por volverme carnavalera. ¡JA! Never. Pero quiero mucho a mi novio (que él también me quiere mucho, eh, que ha dejado su pasión a un lado prescindiendo de ver la mitad de las sesiones de preliminares en directo por mí) y está bien que tenga su vía de desconexión de la mierda de la vida. Además, es saludable que haya una ventana desde la que se critique con humor que nuestro panorama político es vomitivo y se hable de cosas tan cotidianas como ser padre por primera vez. He de confesar que el ingenio se lo trabajan muy bien, que hay tipos que te dejan con la boca abierta y algunas musiquillas hasta se me pegan pero… Que no, que yo sigo haciendo mi esfuerzo de respirar y desear que llegue ya marzo. Mientras, le doy muchos besitos a mi novio. ¡Ah! Y, señores, menos hablar de feminismo siendo el 99% de los participantes hombres. Aliados feministas, no seáis protagonistas (ni paternalistas).